“Cinco mil kilómetros por segundo” cayó en mis manos casi por accidente. Esperaba paciente al lado de “Arrugas”, gran cómic de Paco Roca que trata la cruel enfermedad del Alzheimer con una sonrisa en los labios y que tenía a punto de borrar de mi larga lista de libros pendientes. Como iba diciendo, “Cinco mil kilómetros por segundo” esperaba como algunos de mis alumnos, impaciente con la mano levantada porque tenía algo que decirme. Lucia leía medio oculta un libro en la ventana y me miraba pícara porque sabía que la había pillado infraganti. Así que, la invité a mi casa para que me explicara su historia, una historia que pronto descubriría me era más que familiar. Y es que como relata la contraportada “Manuele Fior explora los sentimientos y la melancolía de una generación perdida que no pertenece a ningún lugar. Una generación inestable que se encuentra en la treintena y que, seducida por millones de vidas posibles, se aventura en una búsqueda constante sin saber qué camino elegir.”
En ese preciso instante, me di cuenta de que la historia de Lucia podía ser la mía propia. Yo pertenezco a esa generación perdida que aún no ha descubierto cuál es su lugar en el mundo ni el camino que debe seguir. Onubense de nacimiento, tarraconense de adopción, estudiante en Carolina del Sur, lectora de español en Inglaterra, profesora inglés de secundaria en Puigcerdà y de Escuela Oficial en Girona... A mis 32 años me siento mayor, como si me hubiera reencarnado varias veces, como si hubiera vivido varias vidas en un suspiro. Pero esto se ve que tiene una explicación: La segunda ley del tiempo psicológico según Steve Taylor en “Creando el tiempo” dice que “el tiempo discurre más despacio cuando nos exponemos a nuevas experiencias y entornos”. Y yo no podría estar más de acuerdo porque lo he vivido en mis propias carnes. Cuando estás fuera todo es una novedad, desde coger el autobús hasta encontrar aquel supermercado que te gusta. Recuerdo llamar a mis amigas para que me explicaran novedades y NUNCA PASABA NADA NUEVO. El tiempo parecía haberse detenido en la otra línea del teléfono. Yo tenía tantas anécdotas para explicar que mis minutos se expandían exponencialmente hasta el infinito y más allá. A Lucia le pasa algo parecido cuando se va a Noruega a escribir su tesis doctoral sobre Ibsen. El nuevo país la atrapa con nuevas experiencias e inicia una relación con Sven tras dejar al amor de su vida en la distancia y tiempo, Piero. De repente, siente que vuelve a respirar y que recupera las riendas de su vida porque puede empezar de nuevo.
Pero tanto a Lucia como a mí nos llegó el momento en que, a pesar de ser felices en nuestra nueva vida posible; algo en nuestro interior se movió. Algo te reclama volver a CASA. La madre de Lucia lo resume en una gran sentencia: “Las plantas necesitan tiempo para adaptarse. Igualito que las personas. Tienen que echar raíces. Si no, son infelices.” Se llega a un punto en que se necesita parar el tiempo, un orden, una rutina, un nido, tu espacio rodeado de tu familia y amigos. Echar raíces es necesario para tu salud mental. Yo me cansé de hacer maletas, buscar piso, conocer gente, explorar una ciudad nueva cada año… Vivir temporalmente es divertido por un tiempo pero al final quise dejar de tener mi vida en cajas con nombres en permanente en el garaje de mis padres. Lucia siente ese mismo impulso, quiere volver a Italia para tener a su bebé, echar raíces en su ciudad y no tarda en comunicárselo a Piero quien en ese momento vive en Egipto y también espera un hijo. Están a “Cinco mil kilómetros y un segundo” el uno del otro y su reencuentro vuelve a frustrarse. Parece que el destino les vuelve a poner tierra de por medio. Su historia de amor se convierte en un recuerdo que trasciende el tiempo y el espacio.
Y llega el momento en el que VUELVES. Y es duro VOLVER. Parece sencillo pero se echa de menos la novedad, la velocidad, vivir nuevas experiencias. La rutina te envuelve como una tela de araña y pronto te ahoga, te asfixia. La desidia te posee y dejas de tener luz en los ojos. Nada ni nadie ha cambiado y tu eres tan diferente que te encuentras fuera de lugar. ¿Cómo echar raíces en un lugar al que no te sientes pertenecer? Nunca había podido verbalizarlo y Lucia, sin yo sospecharlo, expresa lo que yo sentía a la perfección: “¿Sabes lo que es peor que marcharse? Volver. Decirte que ya has vivido tus experiencias y es hora de que vuelvas a casa. Y encontrarte todo tal y como lo dejaste. Que nada haya cambiado. Salvo uno mismo.”
Estoy en CASA, tras haber vivido muchas vidas posibles pero, aunque no he dejado de buscar, hace tiempo que dejé de pensar en el próximo destino. Intento vivir el aquí y el ahora con los ojos bien abiertos para no perderme ninguno de los caminos que se van abriendo a mi paso. Debe ser de “generación” profesional, una generación de espíritus libres a los que las alas se les enredaron en la tierra y un día decidieron echar raíces como cualquier árbol centenario.
Comentarios
Si me permites, te doy mi personal visión de la vida. En mi caso yo soy de las que nunca se fue. Nunca estuve a punto de vivir ninguna de esas cientos de vidas posibles que tú barajaste por falta de valor o simplemente por el hecho de que yo supe siempre que mi final sería volver. Y ahora, con toda la felicidad que conllevan mis raíces adheridas literalmente a la tierra, siento el silencio propio de aquellas llamadas de otros que eran los que me contaban el vertiginoso girar de su mundo.
Tal vez nadie acabe de estar contento con lo es o lo que ha sido y deberíamos vivir dos veces para saber elegir el camino.
Un saludo y cuando quieras, pásate por mi tertulia virtual que "invito a café"
Yo me fui, volví y me arrepiento casi a diario de haber vuelto porque cuando VUELVES, irse de nuevo es difícil.
No tengo raíces, pero tampoco creo que sean necesarias para la felicidad.
Echaré un vistazo al libro, claro. Gracias por compartir.
En cuanto a lo de la vida interior... Mi mundo interior ya hace un par de años que lo visito y aunque la orografía se presenta escarpada, la subida a mi Everest personal empieza a intuir unas maravillosas vistas en el horizonte. Pero eso ya lo explicaré en otra entrada del blog ;-)Gracias, Píramo, por estar ahí.
En mi opinión la generación de los treintañeros no está nada perdida, es más, creo que crearéis un nuevo movimiento literario aun más reivindicativo de que los que ya ha habido y cambiaréis esta sociedad corrupta y falta de arte. Los libros se volverán a poner de moda y la efervescencia de lo literario romperá el inútil amor a la caja tonta.
Enhorabuena por tu entrada y por pertenecer a esta generación tan literaria.