PAZIENCIA
Paz era la mejor investigadora científica de su campo. Decenas de sus artículos se publicaban en las revistas especializadas más importantes de todo el mundo y eran incontables las conferencias que daba en reconocidas universidades. Un sol cálido entraba por los ventanales de su despacho mientras Paz acababa de redactar los últimos hallazgos en su nuevo proyecto. Sin duda, este sería el definitivo. El que haría que su carrera subiera como la espuma, si eso fuera aún posible… Paz sonrió satisfecha ante la pantalla de su ordenador.
El teléfono la sacó de su ensoñación. Era su asistente que con voz alarmante la informaba que el laboratorio estaba en llamas. ¿Cómo? Paz no daba crédito a sus palabras. ¿Qué ha pasado? ¿Un accidente? Pero, ¿Cómo? Cogió su bolso y arrancó su coche. Meses de trabajo… a la basura. Paz aceleró el vehículo y con cada marcha el paisaje se hacía más borroso. Lágrimas de rabia caían por sus mejillas. Tanto esfuerzo, tantas noches sin dormir, el agotamiento… Todo perdido. La velocidad aumentaba y pronto Paz dejó de ver los peatones a su alrededor, los coches desaparecieron, el horizonte se convirtió en un agujero negro y Paz dejó de ser ella misma. Una luz en rojo y el pie al fondo del acelerador. Un camión que no pudo frenar a tiempo y Paz empezó a dar vueltas de campana en el interior de su coche. La oscuridad y sirenas de servicios de emergencia.
Dos meses más tarde. Una chica rubia abría sus ojos verdes en una habitación de hospital. Dolorida y desorientada Paz se preguntaba dónde estaba. Intentó moverse pero estaba encadenada a tubos y máquinas. Enfermeras acudieron rápidamente a dar la bienvenida a la bella durmiente. No acababa de entender lo que le explicaban. Un semáforo en rojo, un camión que se cruzó en su camino, un siniestro total y dos meses en coma. A pesar de todo, era afortunada porque había sobrevivido a un accidente tan brutal. Paz no sabía si llorar, reír o volver a caer en coma.
Los días pasaron y nadie vino a visitarla. La rehabilitación era dura pero necesaria y Paz mejoraba poco a poco, a paso de tortuga, lenta pero segura. Dejó la silla de ruedas para pasear con un andador. Las operaciones se iban repitiendo y el dolor era su mejor amigo. Casi seis meses después del fatídico accidente, alguien vino a visitarla. Su asistente. Su cara era un poema de culpa y lástima. ¿Cómo estás? En un par de meses me dan el alta. ¡Estupendo! La recta final… Debe ser duro… ¿Qué tal por el laboratorio? Bien. Oh, ahora eres el supervisor del proyecto. Enhorabuena. Lo siento. Espero que te mejores pronto. Sí, ya falta menos. Bueno ya sabes lo que dicen: Paciencia, es la madre de todas las ciencias.
|
Comentarios